Breve ficción de la democracia | Juan Carlos Zambrana Gutiérrez (Bolivia)

Alfredo Toledo asumió como asambleísta nacional por su región el martes 8 de noviembre de 2022. Lo hizo con la camisa apretada a la altura del pecho, que llevaba inflado de autocomplacencia e ingenuidad, debido justamente a que creía que era su turno de hacer patria. Desde sus días de colegial había estado trabajando en un proyecto de ley que, no cabían dudas, habría de acabar con el añejo mal de la corrupción en su país. El proyecto contemplaba una serie de medidas clave para anular en muy breve tiempo toda posibilidad de evadir las normas y robar a los contribuyentes desde el sector público. Era, en toda regla, el trabajo de un boliviano de oro. 

Tras la primera sesión ordinaria, Toledo regresó a su cuarto de hotel ‒acababa de trasladarse a la sede de gobierno para ejercer‒. Volvió, digo, y se acostó agotado, aunque muy lleno de la satisfacción que sabe dejar el deber cumplido: había ingresado el noble proyecto y solo restaba esperar a que apareciera en el orden del día. 

La segunda sesión ordinaria de asambleístas fue una verdadera prueba a su fe en la patria, ya que el proyecto brilló por su ausencia en todo itinerario. No obstante, Toledo se había propuesto cumplir ciertas horas de trabajo en aquel cargo bien remunerado y pasó la jornada escuchando deliberar a sus colegas en torno a “la impostergable e indignante crisis del sistema público”, expresada en estas palabras por el asambleísta Enrique Daza, quien no contuvo sus pasiones al reclamar medidas inmediatas para dar fin a la muy extendida e indecorosa práctica de contratar personal con apellidos acabados en -ano. “Por demás tenemos con un Medrano”, dijo el tal Daza, “un solo Serrano y un Lozano; no es ya admisible lo de la arquitecta Zamorano y el ingeniero Lazcano, tanto menos lo de la secretaria Quijano y el director del hospital de Montero, de apellido Bejarano”. 

En esos términos se explicó el honorable. Sus colegas asambleístas, todos ellos, con la única excepción de Toledo, hicieron uso de la palabra para denunciar otros mil casos tanto o más indignantes, en los que los funcionarios apuntados apellidaban Zorzano, Montano, Arano, Cirujano, Peruano y Marciano. Uno de los asambleístas, del que se llegó a sospechar que había ingresado ebrio al sagrado recinto, acusó severamente a un tal Viejo Lesbiano que costó mucho trabajo ubicar en las listas de la Administradora Nacional de Caminos. 

Toledo permaneció en la sede de gobierno una semana más y presentó su renuncia al final del tercer día de sesiones, luego de volver a pasar la jornada en silencio mientras sus colegas deliberaban en torno a lo que, según la diputada Denise Chura, era un “asunto de extrema urgencia” y que consistía en la necesidad de retirar del estatuto del partido oficialista la denominación de “líder nato”, con la que, hasta aquella fecha, sus correligionarios se habían referido al expresidente del país ‒ahora adversario interno y todavía cabeza del instrumento político‒. 

Así da fe, esta historia breve, de cómo la flama de un idealista se apagó pronto, pues fueron otros quienes construyeron la patria, a espaldas de nuestro héroe y muy a pesar de él, aunque con un número apropiado de “-anos” y de “líderes natos”. 

Fotografía tomada de web.senado.gob.bo.

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